Corría el año 1506 cuando Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, tomó Nápoles para la Corona de Aragón arrebatándosela a los franceses. Parece que los gastos de la campaña no fueron escasos y Fernando el Católico le exigió la presentación de unas cuentas detalladas. Ofendido, Fernández de Córdoba entregó una lista con conceptos absurdos y cantidades desmesuradas:
Por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados;
Por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados;
Por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados;
y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.”
Cuatro siglos y medio después, me cuenta algún antiguo alumno de don Fabián Estapé, ilustre economista español, que solía éste decir que todas las matemáticas que un economista necesita se resumen en la “regla de tres”. (No sé si ésto es verdad, y en ese caso pido disculpas a don Fabián). La “regla de tres” la conoce todo el mundo y sus conclusiones tienden a ser aceptadas sin grandes reticencias: entrañan una lógica sencilla (lineal) y cualquiera puede “echar cuentas”. El problema es que muchas veces las relaciones no son lineales.
La utilización de la “regla de tres” en economía tiende a generar “cuentas del Gran Capitán”. Como ejemplo sirva éste.
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