Soy economista. Ni soy veterinario, ni médico, ni biólogo… mi conocimiento sobre este asunto es meramente instrumental y puede haber errores en el texto que sigue. Afortunadamente tenemos a nuestra disposición una cantidad ilimitada de recursos donde poder contrastar la información y si hay suerte incluso algún profesional que sepa más del asunto que yo puede corregir mis errores o aportar cuestiones que a mí se me escapen. Hecha esta salvedad, procedo:
El texto que sigue está motivado por la pandemia de COVID 19 (nombre de la enfermedad) causada por el virus Sars-Cov-2 (nombre del virus). Se están publicando muchísimas cosas pero veo que en la parte relativa a la inmunidad se están diciendo muchas cosas que a mi juicio son incorrectas. No es extraño: la inmunología es una disciplina compleja pero sujeta a que cualquiera con cuatro nociones se preste a sacar conclusiones. Desgraciadamente el asunto es más complicado. Permitidme que os explique cómo aprendí el significado de algunos conceptos y en qué medida pueden extrapolarse a las situación actual hablandoos de una enfermedad a la que sí “me he” enfrentado: la enfermedad de Aujeszky.
Seguramente nunca hayas oído hablar de ella y es normal: no es una enfermedad que afecte a los seres humanos sino en general a los cerdos y jabalís. Es mortal en cuestión de horas para perros, gatos y otros mamíferos pero no es prevalente en ellos: mata tan rápido que no da tiempo a que se extienda. Es una enfermedad vírica, un herpevirus (el SuHV-1), lo cual la hace especialmente insidiosa ya que puede permanecer en un animal infectado en estado latente y activarse en cualquier momento posterior.
Cuando has visto nacer lechones con Aujeszky (o pseudorrabia) no lo olvidas: lechones pequeños, nacen vivos con dificultad para respirar, temblores y un chillido agudo inconfundible. Imaginar el padecimiento del animal empuja a sacrificarlos inmediatamente. La enfermedad afecta al sistema neurológico, respiratorio y reproductor (toses, estornudos, fiebre, abatimiento, ataxia… ) aunque hay muchos animales asintomáticos (sobre todo a partir de los dos meses de edad) pero que transmiten muy eficazmente la enfermedad. La trasmisión es sobre todo aerógena (aerosoles) y a través de fómites. Parecida a la de nuestro querido Sars-Cov-2 (salvando la distancia del tamaño de la gota).
Las buenas noticias son que en muchos países hemos conseguido erradicar la enfermedad y en España no estamos lejos. Desgraciadamente todavía queda un reservorio en jabalís pero en porcino doméstico está prácticamente erradicada.
La erradicación no ha sido casual sino que responde a programas de lucha contra la misma en las que todos los agentes (empresas, administración y agrupaciones de defensa sanitaria) han colaborado activamente. La lucha ha pivotado casi exclusivamente sobre un instrumento: las vacunas. (Pregunta a cualquier veterinario qué opina sobre los antivacunas y después de las carcajadas escúchale con atención).
Hay muchos tipos de vacunas: activadas (con un virus “vivo”) o inactivadas, con diluyente acuoso u oleoso, utilizando unas cepas u otras del virus (“Begonia”, “783”…). Pero la característica más importante es que existen vacunas marcadas. Una vacuna marcada permite distinguir si la inmunidad humoral (anticuerpos) de un animal ha sido provocada por la vacuna o por haber estado expuesto al virus campo. Pero ya he mencionado una palabra (inmunidad humoral) que es posible que mucha gente desconozca.
Hay dos tipos de inmunidad adquirida (no innata): la inmunidad humoral y la inmunidad celular. Como he dicho al comienzo de este texto no soy especialista en estas cosas pero os resumo aquí lo que sé o creo saber sobre el asunto:
La vacuna de los animales reproductores sigue unas pautas más o menos adaptables con vacunaciones, revacunaciones y seguimientos serológicos para poder adecuar el momento de cada vacuna exactamente igual que como hacemos con el calendario vacunal de nuestros hijos. Pero había un momento en el que aparecía el siguiente problema.
Las cerdas transmiten inmunidad a su camada. Bien sea por mecanismos anteriores al parto o a través del calostro los lechones de cerdas inmunizadas nacen con cierto grado de inmunidad. Es una inmunidad de tipo humoral (anticuerpos) pero no la han desarrollado ellos mismos sino que son anticuerpos “heredados” de sus madres. Esto está bien por que protege a los lechones durante las primeras semanas de vida pero tiene un problema: puede anular los efectos de la primera vacunación y dejar a los lechones expuestos y sin protección. Explico esto con más detalle: los lechones tiene anticuerpos en su sangre que no han generado ellos ni saben cómo generar más. Frente a un desafío externo, bien sea virus campo o virus vacunal, esos anticuerpos se utilizan, y se “acaban”. Una vacunación excesivamente temprana puede pues anular la inmunidad maternal, no generar inmunidad adquirida, y dejar a los animales expuestos al virus campo. La vacuna haría lo contrario de lo que debería hacer.
La duración de la respuesta inmune del lechón depende del nivel de anticuerpos de su madre y mientras en algunos individuos puede durar muchas semanas en otros apenas durará unos días. Es absolutamente inviable conocer el estado serológico de cada animal en cada momento por lo que es necesario buscar una solución que permita proteger al lechón hasta que podamos vacunarlo convenientemente y sin riesgo. Y hay una solución: la vacunación intranasal.
La vacunación intranasal no es otra cosa que utilizar la misma (exactamente la misma) vacuna que se utiliza de forma inyectada (intramuscular) y rociarla en forma de aerosol (no seamos tampoco muy estrictos con el tamaño de las gotitas) dentro de las fosas nasales de los lechones. La respuesta inmune de los lechones es puramente inmunidad celular (no utilizan los anticuerpos maternales) y quedan protegidos frente a desafíos del virus campo durante varias semanas. Como decía antes, esta inmunidad celular que se activa con la presentación del virus en las mucosas nasales no genera anticuerpos pero protege al animal durante el tiempo necesario hasta poderlo vacunar intramuscularmente. La vacuna intramuscular proporciona las dos respuestas inmunes: la humoral (que podemos medir y evaluar la eficacia de la vacuna) y la celular.
Y básicamente esto es lo que aprendí sobre inmunidad luchando contra el Aujeszky. ¿Sirve algo de todo esto para analizar la situación contra el COVID 19?. Yo creo que sí. Adelanto algunas cosas, reflexiones, dudas y criterios al respecto:
El texto que sigue está motivado por la pandemia de COVID 19 (nombre de la enfermedad) causada por el virus Sars-Cov-2 (nombre del virus). Se están publicando muchísimas cosas pero veo que en la parte relativa a la inmunidad se están diciendo muchas cosas que a mi juicio son incorrectas. No es extraño: la inmunología es una disciplina compleja pero sujeta a que cualquiera con cuatro nociones se preste a sacar conclusiones. Desgraciadamente el asunto es más complicado. Permitidme que os explique cómo aprendí el significado de algunos conceptos y en qué medida pueden extrapolarse a las situación actual hablandoos de una enfermedad a la que sí “me he” enfrentado: la enfermedad de Aujeszky.
Seguramente nunca hayas oído hablar de ella y es normal: no es una enfermedad que afecte a los seres humanos sino en general a los cerdos y jabalís. Es mortal en cuestión de horas para perros, gatos y otros mamíferos pero no es prevalente en ellos: mata tan rápido que no da tiempo a que se extienda. Es una enfermedad vírica, un herpevirus (el SuHV-1), lo cual la hace especialmente insidiosa ya que puede permanecer en un animal infectado en estado latente y activarse en cualquier momento posterior.
Cuando has visto nacer lechones con Aujeszky (o pseudorrabia) no lo olvidas: lechones pequeños, nacen vivos con dificultad para respirar, temblores y un chillido agudo inconfundible. Imaginar el padecimiento del animal empuja a sacrificarlos inmediatamente. La enfermedad afecta al sistema neurológico, respiratorio y reproductor (toses, estornudos, fiebre, abatimiento, ataxia… ) aunque hay muchos animales asintomáticos (sobre todo a partir de los dos meses de edad) pero que transmiten muy eficazmente la enfermedad. La trasmisión es sobre todo aerógena (aerosoles) y a través de fómites. Parecida a la de nuestro querido Sars-Cov-2 (salvando la distancia del tamaño de la gota).
Las buenas noticias son que en muchos países hemos conseguido erradicar la enfermedad y en España no estamos lejos. Desgraciadamente todavía queda un reservorio en jabalís pero en porcino doméstico está prácticamente erradicada.
La erradicación no ha sido casual sino que responde a programas de lucha contra la misma en las que todos los agentes (empresas, administración y agrupaciones de defensa sanitaria) han colaborado activamente. La lucha ha pivotado casi exclusivamente sobre un instrumento: las vacunas. (Pregunta a cualquier veterinario qué opina sobre los antivacunas y después de las carcajadas escúchale con atención).
Hay muchos tipos de vacunas: activadas (con un virus “vivo”) o inactivadas, con diluyente acuoso u oleoso, utilizando unas cepas u otras del virus (“Begonia”, “783”…). Pero la característica más importante es que existen vacunas marcadas. Una vacuna marcada permite distinguir si la inmunidad humoral (anticuerpos) de un animal ha sido provocada por la vacuna o por haber estado expuesto al virus campo. Pero ya he mencionado una palabra (inmunidad humoral) que es posible que mucha gente desconozca.
Hay dos tipos de inmunidad adquirida (no innata): la inmunidad humoral y la inmunidad celular. Como he dicho al comienzo de este texto no soy especialista en estas cosas pero os resumo aquí lo que sé o creo saber sobre el asunto:
- La inmunidad humoral es la respuesta inmune del organismo frente a patógenos o partículas extracelulares. Intervienen muchos elementos del sistema inmune pero su principal característica es la generación de anticuerpos que se adhieren al cuerpo extraño y lo suprimen. Cuando hacemos una serología para medir niveles de anticuerpos medimos la respuesta del organismo frente a una agresión en su “versión humoral”. En el caso de la enfermedad de Aujeszky era posible distinguir los anticuerpos producidos por una infección “de verdad” y los anticuerpos generados por la vacuna. De esta manera era posible comprobar si la vacuna era efectiva y si llegaba a tiempo. Los niveles de anticuerpos siempre disminuyen en ausencia de desafíos con el virus pero puede quedar una “memoria” sobre cómo fabricarlos. El nivel de anticuerpos en un momento concreto tiene que ver con la intensidad de la respuesta frente a la agresión pero no con la capacidad de respuesta ante una agresión futura: podemos tener niveles bajos pero si nuestro cuerpo sabe fabricar anticuerpos estaremos protegidos.
- Pero hay otro tipo de inmunidad: la inmunidad celular. La inmunidad celular implica otro tipo de mecanismos y se “especializa” el agresiones frente a patógenos que han invadido células del propio cuerpo. El sistema inmune localiza las células infectadas y las destruye. No hay anticuerpos en este mecanismo. Las señales tal transmiten otro tipo de moléculas: las citoquinas (¿os suena de algo con el COVID 19 y la “tormenta de citoquinas”?). El problema con la inmunidad celular es que es muy difícil de medir. Así como la inmunidad humoral presupone que existen unos anticuerpos circulando por el organismo y que podemos detectar, para medir la inmunidad celular hay que medir la actividad de un tipo de linfocitos frente a una agresión externa… es mucho más complicado. Supongo que en contextos de investigación se podrá hacer de alguna manera pero jamás en mi experiencia profesional he tenido en mi mano los resultados de un ensayo de este tipo.
La vacuna de los animales reproductores sigue unas pautas más o menos adaptables con vacunaciones, revacunaciones y seguimientos serológicos para poder adecuar el momento de cada vacuna exactamente igual que como hacemos con el calendario vacunal de nuestros hijos. Pero había un momento en el que aparecía el siguiente problema.
Las cerdas transmiten inmunidad a su camada. Bien sea por mecanismos anteriores al parto o a través del calostro los lechones de cerdas inmunizadas nacen con cierto grado de inmunidad. Es una inmunidad de tipo humoral (anticuerpos) pero no la han desarrollado ellos mismos sino que son anticuerpos “heredados” de sus madres. Esto está bien por que protege a los lechones durante las primeras semanas de vida pero tiene un problema: puede anular los efectos de la primera vacunación y dejar a los lechones expuestos y sin protección. Explico esto con más detalle: los lechones tiene anticuerpos en su sangre que no han generado ellos ni saben cómo generar más. Frente a un desafío externo, bien sea virus campo o virus vacunal, esos anticuerpos se utilizan, y se “acaban”. Una vacunación excesivamente temprana puede pues anular la inmunidad maternal, no generar inmunidad adquirida, y dejar a los animales expuestos al virus campo. La vacuna haría lo contrario de lo que debería hacer.
La duración de la respuesta inmune del lechón depende del nivel de anticuerpos de su madre y mientras en algunos individuos puede durar muchas semanas en otros apenas durará unos días. Es absolutamente inviable conocer el estado serológico de cada animal en cada momento por lo que es necesario buscar una solución que permita proteger al lechón hasta que podamos vacunarlo convenientemente y sin riesgo. Y hay una solución: la vacunación intranasal.
La vacunación intranasal no es otra cosa que utilizar la misma (exactamente la misma) vacuna que se utiliza de forma inyectada (intramuscular) y rociarla en forma de aerosol (no seamos tampoco muy estrictos con el tamaño de las gotitas) dentro de las fosas nasales de los lechones. La respuesta inmune de los lechones es puramente inmunidad celular (no utilizan los anticuerpos maternales) y quedan protegidos frente a desafíos del virus campo durante varias semanas. Como decía antes, esta inmunidad celular que se activa con la presentación del virus en las mucosas nasales no genera anticuerpos pero protege al animal durante el tiempo necesario hasta poderlo vacunar intramuscularmente. La vacuna intramuscular proporciona las dos respuestas inmunes: la humoral (que podemos medir y evaluar la eficacia de la vacuna) y la celular.
Y básicamente esto es lo que aprendí sobre inmunidad luchando contra el Aujeszky. ¿Sirve algo de todo esto para analizar la situación contra el COVID 19?. Yo creo que sí. Adelanto algunas cosas, reflexiones, dudas y criterios al respecto:
- Los test serológicos son importantes para saber quién ha pasado la enfermedad, pero desconocemos cómo es la respuesta inmune de las personas asintomáticas. Su nivel de anticuerpos puede ser muy inferior al de las personas con síntomas o graves y eso no significa que no sean inmunes.
- La mayor parte no son muy fiables. Dan lecturas cruzadas con otros anticuerpos, etc.
- Miden inmunidad humoral, no celular. El Sars-Cov-2 es un virus y la verdaderamente importante es la inmunidad celular mucho más difícil de medir. La famosa “tormenta de citoquinas” que mata a los pacientes más graves es un episodio de inmunidad celular.
- Se transmite por gotitas que inhalamos: el mismo mecanismo de la vacuna intranasal. No sería de extrañar que los casos asintomáticos o con poca sintomatología den una tasa de anticuerpos muy baja. Eso no significa que no hayan desarrollado una inmunidad sino que esa inmunidad es sobre todo celular y difícil de medir. En concreto la inmunidad que ha podido desarrollar el personal sanitario puede ser en gran parte de ese tipo.
Por todo esto pido calma... ni niveles bajos de anticuerpos significan nada más de lo que significan, ni ausencia de anticuerpos significa ausencia de inmunidad. Tengamos paciencia. En algún momento esto terminará y en otro momento (desgraciadamente mucho más tarde) sabremos realmente qué ha pasado.