For my own part,
I have never had a thought
which I could not set down in words
with even more distinctness
that which I conceived it.
There is however a class of fancies
of exquisite delicacy which are not thoughts
and to which as yet I have found it
absolutely impossible to adapt to language.
These fancies arise in the soul,
alas how rarely, only at epochs
of most intense tranquillity
when the bodily and mental
health are in perfection.
And those mere points of time
when the confines of the waking world
blend with the world of dreams.
And so I captured this fancy
where all that we see or seem
is but a dream within a dream.
Edgar Allan Poe
(Dadle al "play" mientras releéis lo anterior. Es la voz de Orson Welles)
Son las ocho y media de la mañana. Caminamos hacia la entrada del colegio. Al fondo se distinguen unos nubarrones pero el sol apenas por encima del horizonte consigue desplegar toda una paleta de colores entre el violeta más oscuro y el rosa salmón brillante. Hay azules y grises, naranjas y rojos. Víctor a mi lado dice que también hay amarillo. Yo no lo veo.
Parece que las mujeres perciben más colores que los hombres. Supongo que de individuo a individuo la percepción también varía y para algunos de los los colores tenemos nombres aunque nada garantiza que nos refiramos a tonos ni remotamente parecidos pese a utilizar el mismo nombre. Sigo sin saber dónde veía Víctor el amarillo.
Sin embargo esa gama de colores es ridículamente baja. De hecho las distintas frecuencias en el rango de la luz visible son virtualmente infinitas. No tenemos ni podemos tener palabras para abarcarlas todas. Lo que sí tenemos son números. Dependiendo del contexto (pantalla de ordenador, artes gráficas, etc.) hay distintas paletas que permiten identificar con bastante precisión cada color. Pantone® es mundialmente conocida por su sistema de definición de colores. Si alguna vez hemos tenido que elegir color para pintar una habitación habremos estado frente a un muestrario en forma de abanico. Si pudiésemos expresar correctamente con palabras cada color (si tuviésemos un "pantone" en nuestra cabeza) no haría falta.
Nuestra mente categoriza los colores posibles asignándoles nombres. Las fronteras entre esas categorías a veces son difusas para uno mismo y no digamos ya si pretendemos compartir nuestra idea de un “lavanda” o un “rosa”. Y estamos hablando de colores, de frecuencia de luz visible, que es algo perfectamente objetivable y mensurable. Vivimos en un mundo de alta resolución cromática y sin embargo si tenemos que traducirlo a palabras, a lenguaje, nuestro mundo pasa de ser un contínuo cromático a un mundo discreto de baja resolución, como los primeros ordenadores con sus 16 colores. Podemos describir una fotografía con palabras. De hecho podemos añadirle contexto y emoción más allá de la tinta sobre el papel, pero no podemos transmitir todo su contenido a otra persona de tal manera que pueda tener una representación mental de la misma con todo detalle. Sin embargo nada más fácil para un sistema cibernético: traducir a números e interpretarlos al otro lado, aunque el ordenador que recibe la fotografía no sea capaz de apreciar esa mirada melancólica de esa niña. O tal vez sí…
Entre la cocina de mi casa y el balcón hay un hueco practicable con un marco de aluminio y vidrio. Yo creo que es una puerta. Lo cierto es que es abatible para poder ventilar (característica más de “ventana” que de “puerta”) y que en la zona de paso hay un zócalo de dimensiones considerables lo que reduce su practicabilidad como “puerta” ya que si hay que mover algún objeto hay que elevarlo: no es posible arrastrarlo. ¿Es una puerta “rara” o es una ventana con mucha altura?. Estoy seguro de que desde un punto de vista jurídico está perfectamente claro si eso tiene consideración de puerta o de ventana: cualquier cosa susceptible de ser cargada con un impuesto o con una reglamentación lo será. Pero eso no altera la naturaleza del problema: que las fronteras en nuestras categorías mentales no se corresponden con la realidad. Nuestras categorías están “pixeladas” mientras el mundo real no.
Pongamos otro ejemplo: una mesa. Según la RAE una mesa es: “Mueble compuesto de un tablero horizontal liso y sostenido a la altura conveniente, generalmente por una o varias patas, para diferentes usos, como escribir, comer, etc.”. Imaginemos ahora una mesa como las que podíamos encontrar en muchos estudios de arquitectura antes de la llegada de Autocad.
En una mesa de dibujo el tablero no es horizontal (en algunos casos puede colocarse de manera horizontal pero no es la posición habitual en la que se encuentra). ¿Deja de ser una mesa? Entiendo que no; lo difícil es hacer coincidir la definición, esto es, los límites de la categoría “mesa” con todos los posibles objetos que merecen ese nombre. Se me ocurre que probablemente haya mesas que no sean muebles sino obras de arte expuestas en museos (y eso no significa que dejen de ser mesas aunque su tablero no esté “a una altura conveniente”) o incluso podríamos inventar una mesa levitante magnéticamente o insertada en la pared como una estantería (sin “una o varias patas”).
Se suele poner como ejemplo la palabra alemana schadenfraude para describir la sensación de alegría que nos produce que le ocurra algo malo a quien nos cae mal. No existe esa palabra en castellano, sin embargo la sensación sí existe. En el mundo de los sentimientos y las sensaciones la paleta de colores no es menor a las distintas longitudes de onda de la luz y también disponemos de muy pocas palabras para expresarlas. Dicen que el 90% de la comunicación es no verbal. Tal vez por eso siempre me quedo sin palabras, por ejemplo, cuando quiero dar el pésame a alguien ante la muerte de un ser querido. Quieres decir algo que sea reconfortante y cálido, dar un abrazo verbal pero sencillamente es imposible. En la medida de lo posible (en ausencia de pandemias o de distancias inabordables) lo que hay que hacer es estar. Abrazar y callar. El gesto es mucho más significativo que cualquier discurso.
Esta limitación verbal no es necesariamente una limitación de nuestros procesos mentales. Es cierto que en el proceso de traducción a palabras de nuestros pensamientos, sensaciones o ideas perdemos algo, pero eso no significa que nuestra percepción o nuestros sentimientos carezcan del matiz que las palabras no pueden aprehender. Pero no nos engañemos: pensamientos difusos como los colores de una pequeña sección de un arcoiris cobran a veces precisión al ser cuantificados, expresados, traducidos al lenguaje común. No siempre el lenguaje significa una pérdida de precisión; a veces, como dice Poe en la cita inicial de este texto, permite domesticar un pensamiento vago y difuso como un vaho. A veces los peldaños nos permiten apreciar que el nivel del suelo en ligera pendiente está ascendiendo.
Imaginemos una inteligencia artificial, algo “sencillo”: un sistema que prediga el precio de una casa al mostrar una fotografía de su fachada. Toda la información que pueda extraerse de esa fotografía está ahí, en esos millones de píxeles: si la tarea es posible un ordenador podrá hacerla. Hay muchas (muchísimas) formas de implementar algoritmos con este propósito (y yo no soy ningún experto en ninguna de ellas) pero la cosa más o menos va así:
El ordenador se entrena con miles de fotografías y precios. Para el ordenador la fotografía es una matriz gigante con un montón de filas y columnas. Realizando operaciones matemáticas es capaz de detectar de forma automática patrones (“realidades”) que pueden tener que ver con el precio. Por ejemplo, seguramente es capaz de detectar el número de ventanas y el tamaño de las mismas. Tal vez sea capaz de identificar vegetación y de qué tipo es. Pero no olvidemos que el ordenador está manejando números: seguramente es capaz de encontrar rasgos para lo cuales no tenemos un nombre, como nos pasa con los colores. Tal vez sea capaz de identificar el “mal gusto” del color de la fachada de una casa de nuevos ricos. ¿No seríamos nosotros capaces también de hacer un pronóstico sobre el tipo de gente que vive en una casa viendo su fachada?. Tal vez sí, aunque no sepamos exactamente por qué. Al final nuestro cerebro no deja de ser una red neuronal de una complejidad hoy inasequible a la informática.
La justificación de la predicción de la inteligencia artificial no es traducible a conceptos de lenguaje ordinario. Podemos saber a qué resultados de operaciones matemáticas ha dado más peso, a qué otras menos, pero no podemos asociar conceptos a esos resultados. De hecho, el ordenador puede seguir aprendiendo y corrigiendo las ponderaciones que da a cada factor de forma sutil. El ordenador distingue un color salmón “con clase” de un color salmón “hortera” mientras para nosotros es solo color salmón, aunque íntimamente sabemos que uno es elegante y el otro pueda repugnarnos (o viceversa). Y esto puede hacerlo con conceptos a los que no sabemos ni poner nombre. Y puede asignar ponderaciones a todas sus observaciones sin que sus sentimientos afecten a su juicio. Me hace gracia escuchar a determinadas personas hablar de lo que “una red neuronal” (cibernética se entiende) es capaz de hacer mientras desprecian la capacidad de “redes neuronales” infinitamente más capaces (y sugestionables, es cierto) sentadas frente a ellos dentro de un cráneo humano. Al final los procesos deliberativos del ordenador no nos son asequibles y por más que sepamos que hay un algoritmo entrenado detrás de la predicción esta no se diferencia mucho de la de un oráculo. Al final, no lo olvidemos, detrás del oráculo también hay una compleja red neuronal trabajando aunque sus predicciones nos resulten caprichosas. De hecho las historias y cuentos sobre oráculos tienen más que ver con una incorrecta interpretación de sus predicciones que con lo errado de las mismas. (La historia del rey Creso de Lidia al respecto es deliciosa).
Pero creo que hay algo que nos permite romper con los límites del pixelado del lenguaje. Hay algo que nos permite hackear el sistema y utilizarlo para transmitir más información de la que teóricamente es posible. ¿Por qué un poema es capaz de evocar estados de ánimo mucho más allá de las palabras que contiene?
Ni siquiera
como una remotísima posibilidad
puede llegar nunca a imaginarte;
porque no creía en los milagros.
Ahora sé cómo duelen.
(Karmelo Iribarren)
O como decía Poe, ya que hemos empezado con él, en esta frase:
El paisaje inventado por una imaginación fecunda es más hermoso y, por ende, más exaltador que el paisaje natural.
¿Por qué tanta gente queda enganchada al sonido de la siguiente pieza y remueve en ellos una insuperable melancolía?
No sé si el arte nace con el lenguaje. No sé si nace antes, o después, o no tiene nada que ver. Lo que sí sé es que lo complementa. Rellena los huecos. Pinta los vacíos. Aporta sentido y sensación. Mueve. O me mueve. Pero tal vez yo no haya sido capaz... Y sigo sin ver el amarillo en el cielo.
There is however a class of fancies
of exquisite delicacy which are not thoughts
and to which as yet I have found it
absolutely impossible to adapt to language.
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