miércoles, 25 de abril de 2012

Stiglitz sobre los beneficios del intercambio

El texto que sigue a continuación está extraído del manual de Economía de Stiglitz. Joseph Stiglitz es premio Nobel de Economía, keynesiano y de izquierdas. Es el economista del video hablando a los chicos del 15m. Tal vez su trabajo más importante es el trabajo firmado con Grossman titulado "On the Impossibility of Informationally Efficient Markets" donde demuestra que en presencia de costos de información los precios no transmiten toda la información y los mercados dejan de ser eficientes. No es una persona sospechosa de simpatizar con ideas liberales. Lo que sí es Stiglitz es una persona intelectualmente honesta, cosa que lamentablemente no puede decirse de todo el mundo (sí... estoy pensando en el chupacabras).  Ésto es lo que dice en el capítulo 3 sobre 

LAS GANANCIAS DERIVADAS DEL COMERCIO

Cuando los consumidores poseen bienes diferentes,  tienen deseos diferentes, o ambas cosas a la vez, tienen la oportunidad para realizar intercambios mutuamente beneficiosos, es decir, intercambios que beneficien a todos los que participen de ellos. Los niños que se cambian cromos de fútbol aprenden los principios básicos del intercambio: uno tiene dos cromos de Messi, el otro tiene dos de Cristiano. El intercambio probablemente beneficiará a los dos. Lo mismo ocurre con los países. Nigeria tiene más petróleo del que posiblemente pueda utilizar, pero no produce suficientes alimentos para alimentar a su población. Estados Unidos tiene más trigo del que posiblemente pueda consumir su población, pero necesita petróleo. El comercio puede beneficiar a ambos países.
En el comercio voluntario entre dos personas, no hay una que gane y otra que pierda; las dos ganan. Al fin y al cabo, si una de ellas perdiera como consecuencia del comercio, decidiría no comerciar. Por lo tanto, una de las consecuencias fundamentales del intercambio voluntario es que beneficia a todos los participantes. 

"Sentirse decepcionado" en el comercio

A pesar del argumento aparentemente persuasivo de que las personas sólo participan voluntariamente en el comercio si piensan que con ello aumentará su bienestar, a menudo acaban creyendo que han resultado perjudicadas. Es importante comprender que cuando los economistas dicen que un intercambio voluntario mejora el bienestar de los dos participantes eso no significa que los dos estén satisfechos.
Imaginemos, por ejemplo, que Paco lleva una mecedora antigua a un rastrillo para venderla. Está dispuesto a venderla por 100€ -a un precio más bajo preferiría quedársela- pero confía en venderla por 200€. Elena acude al rastrillo con la idea de comprar una silla de este tipo, confiando en gastarse 100€ solamente, pero está dispuesta a pagar como máximo 200€. Discuten y negocian y acaban aceptando ambos un precio de 150€ al que cierran el trato. Pero cuando llegan a casa, los dos se quejan. Paco se queja de que el precio era demasiado bajo y Elena de que era demasiado alto. Es frecuente oír a muchas personas de que un producto costaba "demasiado", pero que dieron el paso y lo compraron de todas formas.
Desde el punto de vista del economista esas quejas son contradictorias. Si Paco pensaba realmente que 150€ era demasiado poco, no debería haber vendido a ese precio. Si Elena pensaba realmente que 150€ era mucho, no debería haber pagado ese precio. Naturalmente, los vendedores siempre quieren cobrar más y los compradores siempre quieren pagar menos. Pero los economistas sostienen que la gente no revela sus preferencias mediante lo que dice sino mediante lo que hace. Si una persona acepta voluntariamente hacer un trato, también acepta que el trato, aunque no sea perfecto, al menos es mejor que la alternativa de no hacerlo.
Normalmente se ponen dos objeciones a este razonamiento que se basan en la idea de que Paco o Elena se "aprovechan" en uno del otro. Eso implica, por supuesto, que si un comprador o un vendedor puede aprovecharse, el otro puede no salir ganando sino perdiendo. 
Según la primera objeción, o Paco o Elena pueden no saber, en realidad, qué están aceptando. Tal vez Elena se dé cuenta de que la silla es realmente una pieza antigua rara que vale 5.000€, pero al no decírselo a Paco, consigue comprarla por 150€ solamente. Tal vez Paco sepa que el que se siente en la mecedora se caerá si se mece durante diez minutos, pero la vende de todos modos sin decírselo a Elena, manteniendo así alto el precio. En cualquiera de los dos casos, al no desvelar la información oculta, el que carece de esta información sale perdiendo tras el intercambio en lugar de salir ganando. 
La segunda objeción se refiere a la división de las ganancias derivadas del comercio. Dado que Elena estaría dispuesta a pagar 200€, todo lo que pague de menos es un excedente, que es el término que utilizan los economistas parar referirse a las ganancias derivadas del comercio. Del mismo modo, dado que Paco estará dispuesto a vender la silla incluso por 100€, todo lo que reciba de más también es un excedente. El valor monetario total de la ganancia derivada del comercio es de 100€, que es la diferencia entre el precio máximo que Elena estaría dispuesta a pagar y el precio mínimo al que Paco estaría dispuesto a vender. A un precio de 150€ se reparten la ganancia por igual; cada uno obtiene un excedente de 50€. Pero si el precio fuera de 125€, 25€ de la ganancia hubieran sido para Paco y 75€ para Elena. Por lo tanto, el reparto no habría sido equitativo. 
Los economistas no tienen mucha paciencia con estas objeciones. Como la mayoría de las personas, son partidarios de que se dé la mayor información posible y piensan que debería obligarse a los vendedores y los clientes a cumplir sus promesas. Por lo tanto, muchos economistas defienden las leyes que prohíben la venta de productos defectuosos o engañosos. Pero también señalan que los cambios de opinión y el argumento de "si lo hubiera sabido" no son pertinentes. Si Paco vende su mecedora antigua en el rastrillo en lugar de enseñársela a varios anticuarios de prestigio y de preguntarles cuánto podría valer, ha tomado la decisión voluntaria de ahorrar tiempo y energía. Si Elena compra una pieza antigua en un rastrillo en lugar de ir a un anticuario de prestigio que garantice que el producto se encuentra en buen estado, sabe que está corriendo un riesgo. Quizá tanto a Paco como a Elena les gustara volverse atrás y hacer las cosas de otra forma. Es posible que ambos actuaran de un modo prematuro o insensato. Por lo que se refiere a las negociaciones, es absolutamente natural que a los dos les gustara obtener una parte mayor de las ganancias derivadas del comercio.
Sin embargo, la lógica del libre intercambio no dice que todo el mundo deba mostrarse extraordinariamente satisfecho con el resultado ni en el momento de la venta ni indefinidamente. Dice simplemente que cuando la gente decide cerrar un trato, prefiere cerrarlo a no cerrarlo. Y si prefiere cerrarlo, por definición disfruta de un mayor bienestar en su mente cerrándolo en el momento en que realiza la transacción.
No obstante, las objeciones al comercio transmiten un importante mensaje: los intercambios que se producen en el mundo real tienden a ser considerablemente más complicados que el intercambio de cromos de fútbol. Implican problemas de información, problemas de estimación de los riesgos y problemas de formación de expectativas sobre lo que ocurrirá en el futuro. Estas complicaciones se analizarán a lo largo de todo el libro, por lo que, sin entrar en demasiados detalles por el momento, basta decir que si nos preocupa no tener la debida información para realizar un intercambio, debemos acudir a varias tiendas o conseguir una garantía o la opinión de un experto o suscribir un seguro: esas precauciones constituyen una parte legítima del intercambio voluntario. Si pensamos que es demasiado arriesgado incluso dando esos pasos, no intercambiaremos. Pero si decidimos seguir adelante sin tomar ninguna de esas precauciones, no podemos fingir que no teníamos otra opción. Al igual que las personas que compran un billete de lotería, sabemos que corremos riesgos.

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